
una máscara para roberto
Por Luis Saavedra
Un día, al final de la tarde, llegaron los visitantes. Al principio fueron motas en la distancia de los cerros y luego insectos negros que se hacían más grandes hasta que se cruzaban con el primer campesino. Lo único que hacían era recorrer el pueblo y su única calle. Tres años pasaron desde ese primer verano y nadie pudo explicárselo.
Vestían de gabardina, con las manos en los bolsillos y pantalones que llegaban hasta zapatos negros de horma angosta. Altos, más bien estilizados, se movían con un pie adelante del otro pero la gente nunca decía que caminaban, no hablaban y no demostraban interés en nada. Lo más inquietante en ellos eran las máscaras: gatos, perros, corderos, solamente animales, que dejaban al descubierto las pálidas orejas que parecían recubiertas de un plástico brillante. Al atardecer, todos se volvían a mirar el cielo, a un punto fijo en el espacio profundo. Lee el resto de esta entrada